Definitivamente... ¡me volví loca!

El ambiente se enrarece
y es de golpe.
No entiendo qué pasa afuera,
pero tampoco por dentro.


Cocino, como siempre. De golpe y sin pedir permiso una taquicardia que me altera. No entiendo lo que pasa con mi respiración. Creo que no llego al teléfono. Creo que voy a morirme. En general todos coincidimos en eso la primera vez y lo siguiente tampoco cambia: taxi, guardia de hospital, espera que parece eterna, electrocardiograma. La definición de terror no es suficiente, quien le haya puesto el nombre lo hizo perfectamente: ATAQUE DE PÁNICO. Entre mareos, hay dos cosas que retengo en boca del médico: PSIQUIATRA y MEDICACIÓN. Sin más, se instala en mí la primer falsa creencia: “Definitivamente… ¡me volví loca!”.

¿Fue en ese momento cuando todo empezó? Claro que no… en ese momento se manifestó. El miedo venía conmigo desde hacía tiempo, me llevaba de la mano a donde fuera. Pero era tan habitual que ni siquiera notaba su presencia. No era algo dañino, más bien era algo que me cuidaba. El miedo me cuidaba de no salir herida, salvaba mi integridad, el miedo me prevenía, evitaba que corriera riesgos. El miedo era parte de mí y se acumuló de forma tal que un día se desbordó… llenó cada espacio y salió por cada poro.

Cocino, como siempre. De golpe y sin pedir permiso una taquicardia que me altera. Allí está, presentándose ante mí, diciéndome ¡hola!

¿Y ahora qué?
No hay demasiadas opciones cuando algo se nos muestra de forma tan evidente. Hacer de cuenta que no existe genera más y más síntoma. Mirarlo a la cara y aceptar que está ahí puede ser el principio. Mi más grande aprendizaje tuvo que ver con la aceptación. Aceptación que no significa resignación.
Aceptación tiene que ver con no pelearse con lo que existe, es tratar de hacer lo mejor posible con las cartas que tenemos a mano. Aceptación es saber decir: “Tengo ataques de pánico”. Pero así como vinieron se irán… así como cualquier síntoma sana con la atención adecuada (lo que sigue es evitar acelerar el proceso). Negar la realidad es lo que me había llevado hasta ahí. Negar despedidas y duelos. Rechazos, violencias, ausencias. Negar mi edad, mi cuerpo, mis debilidades…. Ahora tocaba abrazar cada parte de mi historia y cambiar patrones de pensamiento arraigados como mala hierba. Cambiarlos radicalmente.

Mi mente ansiosa no podía con eso ni con sus nuevas inquietudes: ¿Cuándo tendré otro episodio? ¿Qué pasa si estoy sola? ¿Qué si me agarra en la calle? Antes de encerrarse en casa con un mar de preguntas invadiéndonos, hay que tener algo claro:

-Lo más probable es que los síntomas vuelvan
-Esos síntomas no pueden hacer daño
-Mejor darles la bienvenida si deciden volver

Y claro que vuelven. En general vuelven de formas muy diferentes. Si alguien me hubiera dicho esto desde un primer momento me hubiera facilitado las cosas: generalmente los síntomas van cambiando, entonces es difícil registrar cuándo se está teniendo otro ataque de pánico. Yo era demasiado perfecta para tener recaídas y tuve miles. Con cada una, un enojo. No sabía respetar mis tiempos. No sabía identificar mis propias señales. Dos días bien y tres mal me frustraban. Hasta que decidí ir uno a uno: “Ayer ya pasó, mañana no existe”. La vida se convirtió en eso. El día a día.

¿Por qué darles la bienvenida si lo único que quiero es que se vayan?
Porque los síntomas están diciendo algo. Están manifestando incomodidades que la medicación solo tapa. Por eso es tan importante encontrar el espacio de contención adecuado donde hablar sin reservas y donde se escuche sin juzgar. Y aquí va otra experiencia: por un lado, elegir con quien se habla al respecto porque no todos comprenden y porque los problemas de salud mental aún siguen siendo un tabú para muchas personas. Por el otro, está bien exteriorizar lo que nos pasa con un profesional o con quien sintamos confianza siempre y cuando tengamos en claro que NADIE NOS VA A SALVAR. Este es un proceso único y personal.

Algunas herramientas
El cuerpo sufre con cada episodio. Con el correr del tiempo se estresa de innumerables formas. Para tratar las consecuencias físicas de nuestro eterno rumiar: el yoga, la danza, la caminata, el running o cualquier ejercicio que ayude a accionar, mover, sacudir y hasta patalear resulta fundamental. Los pensamientos invasivos también se hacen a un lado cuando estamos generando endorfinas. Por otro lado, la meditación ayuda a controlar y registrar nuestra respiración con mayor consciencia. Ya hablamos de terapia, pero hablemos de terapias alternativas: si a todo lo que nos haga DESPERTAR. Los hobbies son otro sí, al igual que las experiencias con animales de apoyo, recitar mantras, cantar, rezar y fundamentalmente cuidar de nuestra alimentación así como TODO LO QUE CONSUMIMOS: libros, películas, redes, noticias, etc. 

El cambio tiene que ser radical, desde adentro pero poco a poco también hacia afuera: hablemos de estos temas en las escuelas, capacitemos a los médicos de guardia, hagamos grupos de apoyo. Practiquemos la empatía porque esto que me pasó a mí le puede pasar a cualquiera. No soy diferente a los demás. Esta experiencia puede ser aterradora. Pero también puede ser la transformación de nuestras vidas.